Merecido reconocimiento a los reporteros gráficos del Perú
Por Ricardo Fernández Flores
En
mis años infantiles, no estaba en práctica la educación inicial. Esa
parte de la formación se hacía en un año, previo a la educación
primaria y se le conocía como transición. Los profesores de entonces,
en su mayoría intitulados o de tercera categoría, a cargo de escuelas
unidocentes en las zonas rurales. Primaba la consigna de abastecer de
obreros a las grandes haciendas.
Continuar
estudios secundarios era un privilegio de una minoría; aspirar a
estudiar en una universidad era un lejano sueño, casi imposible paro
los hijos de los proletarios.
En
diciembre del año 1956, a la edad de 10 años culminé mi educación
primaria en el Glorioso 451 bajo el tuteloje del rectísimo profesor Eloy
Martínez Zárate.
Al
día siguiente de la clausura del año escolar, ya estaba alineado en la
cuadrilla de muchachos y de mujeres de la hacienda Cerro Blanco -
Unanue, al mando del analfabeto caporal Modesto Yactayo (a) “cachina”;
temido por su crueldad, carencia total de buenos modales y por
añadidura, amanerado.
Así
transcurrieron mis días sin futuro. Trabajando como esclavo para
ayudar a mis padres obreros. Por gracia de Dios, yo el mayor de siete
hermanos.
Ni
de broma podía sugerir a mis progenitores la posibilidad de mayores
estudios. De acuerdo a la época y al estrato social donde me
desenvolvía; ellos ya habían cumplido con darme la primaria. Pero yo
quería seguir estudiando. Esa idea crecía en mi mente.
La masa obrera en Unanue se distribuía entre varios caporales, todos analfabetos, malditos a más no poder.
Estaba
ya en la cuadrilla de muchachos “ajeros” (rastrojadores de ajos);
esta vez bajo la sombra del descomunal moreno don Ismael Guerrero (a)
“Barrutia”, quien siempre llevaba en sus manos una vara larga y
descortezada de sauce o álamo con la que imponía más miedo de la que
daba su apariencia de ogro.
En
un instante detuvo su mole detrás de mí, en la raya que me había
asignado; escudriñó con sus yéticas pezuñas hasta encontrar un miserable
diente de ajo oculto entre los terrones.
Me
llamó amenazante y soez. Me ordenó recoger su hallazgo, y cuando me
disponía a satisfacerlo, me percate que levantaba su vara con intención
de cruzarme un golpe en la espalda. Erguí mi pequeña estatura y le
grité: ¡Jamás levantes tu vara contra un niño inocente, porque tú no
sabes lo que llegará a ser en la vida, sin embrago tú hasta aquí
llegaste!.
Las palabras que le dije a “Barrutia”, no fueron mías, me las puso en mis labios el hacedor universal.
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La fotografìa es un arte |
El
moreno quedó como electrizado. Lo herí demasiado. Desde entonces mi
verdugo me guardó el más puro respeto. Me enteré que narraba a sus
contemporáneos ese pasaje de nuestra existencia. Siempre decía,
derramando lágrimas: “Ese marianito me dijo… ( Me llamaban “Marianito”
en honor a mi padre que tenía por nombre Mariano).
Experiencias sucesivas y similares aceleraron mis ansias de estudiar.
En
mi pubertad, una opción era el estudio por correspondencia. Los diarios
de circulación popular publicitaban una serie de cursos de varias
instituciones extranjeras.
Por
entonces, visitaba a mis padres el buen moreno chinchano Ernesto
Caraza Cruz, padrino de mi hermana y de casi un centenar de
cristianos. Él siempre portaba una rudimentaria cámara fotográfica de
cajón con la que aprendí a tomar mis primeras fotografías, desde los 5
añitos.
Atiné
en recortar un anuncio, llenar mis datos y solicitar información a la
Escuela Fotográfica Sudamericana, con sede en Buenos Aires, Argentina.
Al mes recibí abundante información del curso de fotografía, el mismo
que no estaba a mi alcance por su elevado costo mensual y general.
Ante
mi silencio, recibí una nueva remesa con mayor información y una seria
interrogación: “Si ya tenía la información solicitada ¿Por qué aún no se
ha decidido a iniciar el curso?”. Me apresuré a contestar, pidiendo
disculpas por haberlos molestado y retratando con palabras mi humilde
condición de niño obrero, sin recursos. Así creí haber cortado, mi
hermoso sueño de estudiar fotografía.
Una
semana después, recibí una nueva carta con la que me llenaban de gratas
esperanzas: Un ciudadano argentino, enterado de mi caso, se dignó en
pagarme el curso completo. Solamente debía enviar por correo el valor de
las estampillas. Emocionado, lleno de júbilo, así lo hice. A la vuelta
del correo, llegó a la oficina a la hacienda Unanue, el curso completo
de fotografía, en un gran paquete celosamente lacrado.
Empecé estudiar incansablemente lo que a mí me gustaba. Trabajaba y estudiaba a mi ritmo.
Las
clases se me hacían fáciles. Los temas de física y química fotográfica
eran como entretenimientos. Avanzaba a ritmo acelerado. Los fenómenos de
la luz, de la oscuridad, de la temperatura, de la velocidad, del
tiempo, de la distancia, de la exposición, de las equivalencias, etc.
Eran juegos divertidos.
El
Moreno Ernesto Caraza observando mi interés, me construyó un rústico
laboratorio en su morada sitio en la hacienda “La Pampilla” o “La
Esperanza”. Su cámara de cajón fue mi principal herramienta. Allí
preparaba mis fórmulas para el revelado, baños interruptores y
fijadores. Los sulfitos, el metol, la hidroquinona, etc., eran mis
juguetes. Me las ingeniaba para suplir mis deficiencias de equipos y
accesorios.
Por
ejemplo: mis viñetas marginadoras eran de cartulina negra, mi
recipiente revelador era un pocillo, como guillotina usaba hoja de
afeitar usada, para abrillantar usaba un trozo de vidrio, a falta de
ampliadora sacaba mis copias al contacto, para imprimir usaba una
linterna o luz solar, para el secado disponía de un lamparín a
querosene, a falta de reloj calculaba el tiempo contando mentalmente;..
Le
daba uso a platos, bateas, fuentes, botellas, etc. Agudizaba mi ingenio
y así solucionaba mis problemas. Los principios y fundamentos de la
fotografía, siempre serán los mismos.
Mi
contemporáneo amigo Narciso Castillo Mendieta, con su propio peculio,
hizo el curso básico y avanzado de fotografía artística. Gracias a él,
que me permitió compartir experiencias y todo su equipo profesional sin
ninguna restricción. Le debo gratitud. Por entonces la fotografía era en
blanco y negro y cada fotógrafo contaba con su laboratorio.
En
el año 1959, a los 14 años de edad, inicié mis estudios de educación
secundaria en la G.U.E. “José Buenaventura Sepúlveda Fernández”. Sin la
aprobación de mis padres. Fue mi apoderado el “tío” Caraza; quien es
mencionado reiteradas veces como coprotagonista en las novelas “Grata
Flor de María” y “Flores después de la muerte”, obras del gran literato
cañetano señor Luis Quipe Cama.
La fotografía me ayudó mucho a costear mis estudios
secundarios. A mis padres no les podía pedir más. Me convertí en el
fotógrafo de mis compañeros de estudio. Al final de la jornada, en mi
vieja bicicleta, corría a mi laboratorio. Esos tiempos se estudiaba
mañana y tarde, y los sábados hasta el medio día. Mi primera cámara
fotográfica profesional de segunda mano se la compré a mi gran amigo y
profesor Artemio Francia Malásquez; quien también hacía el curso de
fotografía. Era una cámara Agfa de lujo a fuelle. Los virados al sepia,
rojo, azul y verde fueron el preludio de la fotografía a color.
Paralelamente realicé mis estudios de periodismo por correspondencia,
en la Institución norteamericana Difusora Panamericana, con sede de New
York; cuyo presidente era el señor Eugenio Draguilow. Fui inscrito con
el numero 14099PE. Así cumplía otros de mis anhelos.
La revista “Cultura sepulvedana” acogió mis primeros artículos; mis temas: El Castillo de Unanue y la Educación Nacional.
Terminé
mi educación secundaria el año 1963, integrando la promoción “Dionicio
Manco Campos”, en el grupo de letrados. Estudié dactilografía y
redacción comercial en la academia “Artemio Dolorier Abregú” de
Imperial, lo que me sirvió para ser almacenero en Comercial Sanguinetti y
secretario de administración en la desmotadora “La Cañetana”.
En mis centros de labores, siempre tenía libros a mi alcance, los que repasaba con avidez, siempre soñando.
En
1966, el Instituto de Educación Rural de Huacho me otorga una beca. No
lo dudé y acudí a realizar mis estudios de sindicalismo, reforma
agraria, oratoria, liderazgo, manualidades, zootecnia, agricultura,
educación familiar, etc. En ese internado, la fotografía me ayudó a
solventar mis gastos y sobre todo a perennizar las más gratas
experiencias. Al egresar, mí futuro era promisor: otros estudios, viajes
y mejor vida.
Al volver a la casa paterna, hallé a mi madre muy enferma. Dejarlos por un futuro mejor no valió la pena. Desistí y me quedé.
Empecé
a laborar en las Escuelas Radiofónicas Populares Americanas (ERPA),
donde además de asimilar los conocimientos de la radio difusión y el
periodismo hablado, me nutrí en su valiosa biblioteca. Allí dirigí el
radio noticiero ERPA y “La voz del normalista cañetano”.
Desde
1967 a 1970, realicé mis estudios de pedagogía en la Escuela Normal
Mixta de Cañete, egresando con el título de Profesor de Educación
Primaria. Siempre apoyado en la fotografía.
En
1971, fui seleccionado por el Instituto de Investigación y Desarrollo
de la Educación (INIDE); (sesenta becados, depurados de entre 1200
profesores aspirantes de todo el país), para estudiar el post grado en Niños con problemas de aprendizaje. Una hermosa especialidad.
Empecé
mi carrera profesional en la capital de nuestra patria, donde fui
altamente valorado. El amor a la tierra que me vio nacer me hizo volver a
Cañete. Puse mi especialidad al servicio de los más necesitados, sin
fines de lucro. Fui incomprendido y maltratado por la autoridades
pertinentes; pero reconocido y agradecido por alumnos y padres de
familia que recibieron mi apoyo.
La fotografía, el periodismo y la docencia, marcaron el camino hermoso de mi existencia.
Sesenta
años atrás, a los fotógrafos se les podía contar con los dedos de la
mano; hoy en día existen una legión de “chanca dedos” que no saben ni la
“a” del oficio. Las cámaras digitales, tipo “galleta”, han convertido
en “fotógrafos” a casi la mitad de los habitantes del planeta.
Mi
producción fotográfica ha servido para darle vida a libros, revistas y
periódicos. Bien por ello, pero también he sido víctima de piratas,
plagiadores y traficantes que han usado y lucrado con el fruto de mi
trabajo, sin siquiera por ética anotarme el crédito de ley. ¡Dios los
juzgue!.
La
fotografía como ciencia y como arte, no obedece a modelos ni patrones.
La influencia de la mente humana le da su singularidad. Su estudio y su
práctica son ilimitados. Con seguridad, surgirán novedades
insospechadas. Jamás dejé de actualizarme. Puedo decir que soy
testimonio de gran parte de la historia de la fotografía, desde las
tremendas placas hasta las memorias de las digitales.
Una
fotografía: un instante imperecedero, la mejor evidencia, el mejor de
los recuerdos, mil palabras silenciosas, una obra de arte, un adorno
inigualable…
Amigos
“galleteros”, no olviden, que una fotografía, por lo menos debe tener:
figura y fondo, primer plano, segundo plano, línea horizontal,
perspectiva, orlas, contraste, claro oscuro, esquinas, nitidez,
esfumados y sobre todo composición artística que hable en grato
silencio.
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