lunes, 1 de octubre de 2012

LA FOTOGRAFÍA... COMPOSICIÓN ARTÍSTICA QUE HABLA EN GRATO SILENCIO

Merecido reconocimiento a los reporteros gráficos del Perú
"La fotografía, el periodismo  y la 
docencia, marcaron el camino 
hermoso de mi existencia"
 Por Ricardo Fernández Flores
En mis años infantiles, no estaba en práctica la educación inicial. Esa parte de la formación se hacía en un año, previo  a la educación primaria y se le conocía como transición. Los profesores  de entonces, en su  mayoría intitulados  o de tercera categoría, a cargo de escuelas unidocentes en las zonas rurales. Primaba la consigna  de abastecer  de obreros a las grandes haciendas.
Continuar estudios secundarios era un privilegio  de una minoría; aspirar a estudiar en una universidad era un lejano  sueño, casi imposible paro los hijos de los proletarios.
En diciembre del año 1956, a la edad de 10 años culminé mi educación primaria en el Glorioso 451 bajo el tuteloje del rectísimo profesor Eloy Martínez Zárate.
Al día siguiente de la clausura del año escolar, ya estaba alineado en la cuadrilla de muchachos  y de mujeres de la hacienda Cerro Blanco - Unanue, al mando del analfabeto caporal Modesto Yactayo (a) “cachina”; temido por su crueldad, carencia total de buenos modales y por añadidura, amanerado.
Así transcurrieron  mis días sin futuro. Trabajando como esclavo para ayudar a mis padres obreros. Por gracia de Dios, yo el mayor de siete hermanos.
Ni de broma podía sugerir a mis progenitores la posibilidad de mayores estudios. De acuerdo a la época y al estrato social donde me desenvolvía; ellos ya habían cumplido con darme la primaria. Pero yo quería seguir estudiando. Esa idea crecía en mi mente.
La masa obrera en Unanue  se distribuía entre varios caporales, todos analfabetos, malditos a más no poder.
Estaba ya  en  la cuadrilla  de muchachos “ajeros” (rastrojadores  de ajos); esta vez bajo la sombra del descomunal moreno don Ismael Guerrero  (a) “Barrutia”, quien siempre llevaba en sus manos una vara larga y descortezada de sauce o álamo con la que imponía más miedo de la que daba su apariencia de ogro.
En un instante detuvo su mole detrás de mí, en la raya que me había asignado; escudriñó con sus yéticas pezuñas hasta encontrar un miserable diente de ajo oculto entre los terrones.
Me llamó amenazante y soez. Me ordenó recoger su hallazgo, y cuando me disponía a satisfacerlo, me percate que levantaba su vara con intención  de cruzarme un golpe en la espalda. Erguí mi pequeña estatura y le grité: ¡Jamás levantes tu vara contra un niño inocente, porque tú no sabes lo que llegará  a ser en la vida, sin embrago tú hasta aquí llegaste!.
Las palabras que le dije a “Barrutia”, no fueron mías, me las puso en mis labios el hacedor universal.
La fotografìa es un arte
El moreno quedó como electrizado. Lo herí  demasiado. Desde entonces mi verdugo me guardó el más puro respeto. Me enteré que narraba  a sus contemporáneos ese pasaje de nuestra existencia. Siempre decía, derramando lágrimas: “Ese marianito me dijo… ( Me llamaban “Marianito” en honor a mi padre que tenía por nombre Mariano).
Experiencias sucesivas y similares aceleraron mis ansias de estudiar.
En mi pubertad, una opción era el estudio por correspondencia. Los diarios de circulación popular  publicitaban una serie de cursos de varias instituciones extranjeras.
Por entonces, visitaba  a mis padres el buen moreno chinchano Ernesto Caraza Cruz, padrino de mi hermana y de casi un  centenar  de cristianos. Él siempre portaba una rudimentaria cámara fotográfica de cajón con la que aprendí a tomar mis primeras fotografías, desde los 5 añitos.
Atiné en recortar un anuncio, llenar mis datos y solicitar información a la Escuela Fotográfica Sudamericana, con sede en Buenos Aires, Argentina. Al mes recibí abundante información del curso de fotografía, el mismo que no estaba a mi alcance por su elevado costo mensual y general.
Ante mi silencio, recibí una nueva remesa con mayor información y una seria interrogación: “Si ya tenía la información solicitada ¿Por qué aún no se ha decidido  a iniciar el curso?”. Me apresuré  a contestar, pidiendo disculpas por haberlos molestado y retratando con palabras mi humilde condición de niño obrero, sin recursos. Así creí haber cortado,  mi hermoso sueño de estudiar fotografía.
Una semana después, recibí una nueva carta con la que me llenaban de gratas esperanzas: Un ciudadano argentino, enterado de mi caso, se dignó en pagarme el curso completo. Solamente debía enviar por correo el valor de las estampillas. Emocionado, lleno de júbilo,  así lo hice. A la vuelta del correo, llegó a la oficina a la hacienda Unanue, el curso completo de fotografía, en un gran paquete celosamente lacrado.
Empecé estudiar incansablemente lo que a mí me gustaba. Trabajaba  y estudiaba  a mi ritmo.
Las clases se me hacían fáciles. Los temas de física y química fotográfica eran como entretenimientos. Avanzaba a ritmo acelerado. Los fenómenos de la luz, de la oscuridad, de la temperatura, de la velocidad, del tiempo, de la distancia, de la exposición, de las equivalencias, etc. Eran juegos divertidos.
El Moreno Ernesto Caraza observando mi interés, me construyó un rústico laboratorio en su morada sitio en la hacienda   “La Pampilla” o “La Esperanza”. Su cámara de cajón fue mi principal herramienta. Allí preparaba mis fórmulas para el revelado, baños interruptores y fijadores. Los sulfitos, el metol, la hidroquinona, etc., eran mis juguetes. Me las ingeniaba para suplir mis deficiencias de equipos y accesorios.
Por ejemplo: mis viñetas marginadoras eran de cartulina negra, mi recipiente revelador era un pocillo, como guillotina usaba hoja de afeitar usada, para abrillantar usaba un trozo de vidrio, a falta de ampliadora sacaba mis copias al contacto, para imprimir usaba una linterna o luz solar, para el secado disponía de un lamparín a querosene, a falta de reloj calculaba el tiempo contando mentalmente;..
Le daba uso a platos, bateas, fuentes, botellas, etc. Agudizaba mi ingenio y así solucionaba mis problemas. Los principios y fundamentos de la fotografía, siempre serán los mismos.
Mi contemporáneo amigo Narciso Castillo Mendieta, con su propio peculio, hizo el curso básico y avanzado de fotografía artística. Gracias a él, que me permitió compartir experiencias y todo su equipo profesional sin ninguna restricción. Le debo gratitud. Por entonces la fotografía era en blanco y negro y cada fotógrafo contaba con su laboratorio.
 En el año 1959, a los 14 años de edad, inicié mis estudios de educación secundaria en la G.U.E. “José Buenaventura Sepúlveda Fernández”. Sin la aprobación de mis padres. Fue mi apoderado el “tío” Caraza; quien es mencionado reiteradas veces como coprotagonista en las novelas “Grata Flor de María” y “Flores después de la muerte”, obras del gran literato cañetano señor Luis Quipe Cama.
La fotografía me ayudó mucho a costear mis  estudios secundarios. A mis padres no les podía pedir más. Me convertí en el fotógrafo de mis compañeros de estudio. Al final de la jornada, en mi vieja bicicleta, corría a mi laboratorio. Esos tiempos se estudiaba  mañana y tarde, y los sábados hasta el medio día. Mi primera cámara fotográfica profesional  de segunda mano se la compré a mi gran amigo y profesor Artemio Francia Malásquez; quien también hacía el curso de fotografía. Era una cámara Agfa de lujo a fuelle. Los virados al sepia, rojo, azul y verde fueron el preludio de la fotografía a color. Paralelamente realicé mis estudios de periodismo por correspondencia,  en la Institución norteamericana Difusora Panamericana, con sede de New York; cuyo presidente era el señor Eugenio Draguilow. Fui inscrito  con el numero 14099PE. Así cumplía otros de mis anhelos.
La revista “Cultura sepulvedana” acogió mis primeros artículos; mis temas: El Castillo de Unanue y la Educación Nacional.
Terminé mi educación secundaria el año 1963, integrando la promoción “Dionicio Manco Campos”, en el grupo de letrados. Estudié dactilografía y redacción comercial en la academia “Artemio Dolorier Abregú” de Imperial, lo que me sirvió para ser almacenero en Comercial Sanguinetti y secretario de administración en la desmotadora “La Cañetana”.
En mis centros de labores, siempre tenía libros a mi alcance, los que repasaba con avidez, siempre soñando.
En 1966, el Instituto de Educación Rural de Huacho me otorga una beca. No lo dudé y acudí a realizar mis estudios de sindicalismo, reforma agraria, oratoria, liderazgo, manualidades, zootecnia, agricultura, educación familiar, etc. En ese internado,  la fotografía me ayudó a solventar mis gastos y sobre todo a perennizar  las más gratas experiencias. Al egresar, mí futuro era promisor: otros estudios, viajes y mejor vida.
Al volver a la casa paterna, hallé a mi madre muy enferma. Dejarlos por un futuro mejor no valió la pena. Desistí y me quedé.
Empecé a laborar en las Escuelas Radiofónicas Populares Americanas  (ERPA), donde además de asimilar los conocimientos de la radio difusión y el periodismo hablado, me nutrí en su valiosa biblioteca. Allí dirigí el radio noticiero ERPA  y “La voz del normalista cañetano”.
Desde 1967 a 1970, realicé mis estudios de pedagogía en la Escuela Normal  Mixta de Cañete, egresando con el título de Profesor de Educación Primaria. Siempre apoyado en la fotografía.
 En 1971, fui seleccionado por el Instituto de Investigación y Desarrollo de la Educación (INIDE);  (sesenta becados, depurados de entre 1200 profesores aspirantes de todo el país), para estudiar el post grado en  Niños con problemas de aprendizaje. Una hermosa especialidad.
Empecé mi carrera profesional en la capital de nuestra patria, donde fui altamente valorado. El amor a la tierra que me vio nacer me hizo volver a Cañete. Puse mi especialidad al servicio de los más necesitados, sin fines de lucro. Fui incomprendido y maltratado por la autoridades pertinentes; pero reconocido y agradecido por alumnos y padres de familia  que recibieron  mi apoyo.
La fotografía, el periodismo  y la docencia, marcaron el camino hermoso de mi existencia.
Sesenta años atrás, a los fotógrafos se les podía contar con los dedos de la mano; hoy en día existen una legión de “chanca dedos” que no saben ni la “a” del oficio. Las cámaras digitales, tipo “galleta”, han convertido en “fotógrafos” a casi la mitad de los habitantes del planeta.
Mi producción fotográfica ha servido para darle vida a libros, revistas y periódicos. Bien por ello, pero también he sido víctima de piratas, plagiadores y traficantes que han usado y lucrado con el fruto de mi trabajo, sin siquiera por ética anotarme el crédito de ley. ¡Dios los juzgue!.
 La fotografía como ciencia y como arte, no obedece a modelos ni patrones. La influencia de la mente humana le da su singularidad. Su estudio y su práctica son ilimitados. Con seguridad, surgirán novedades insospechadas. Jamás dejé de actualizarme. Puedo decir que soy testimonio de gran parte de la historia de la fotografía, desde las tremendas placas hasta las memorias de las digitales.
Una fotografía: un instante imperecedero, la mejor evidencia, el mejor de los recuerdos, mil palabras silenciosas, una obra de arte,  un adorno inigualable…
Amigos “galleteros”, no olviden, que una fotografía, por lo menos debe tener: figura y fondo, primer plano, segundo plano, línea horizontal, perspectiva, orlas, contraste, claro oscuro, esquinas, nitidez, esfumados y sobre todo composición artística que hable en grato silencio.       

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