miércoles, 16 de diciembre de 2015

"EL GANADOR DEL HORACIO" OCUPÓ EL PRIMER LUGAR EN CONCURSO ESCOLAR "RELATOS DE MI TIERRA"

Oscar Antonio Diestra Borda de la I.E. 20147 de Imperial, se alzó con el premio mayor en el Concurso Escolar Relatos de Mi Tierra que organizó el Colectivo Cañete + que preside el Ing. Ángel Manero Campos. 
El citado alumno tuvo como docente asesor al profesor Lucas Julián Borda Mayta y que dado a su importancia, transcribimos en su integridad en el presente relato. Va.
“Y el ganador del Premio Nacional Horacio Zeballos 2015, categoría novela, es Carlos Humberto, Borda Soriano”, dice una voz que de inmediato resuena por los autoparlantes, decenas de personas aplauden; sin embargo, pocos saben de su vida, de su pena, de su alegría, por eso es necesario contarlo. 
Todo comenzó a fines de los años 70, cuando en una pequeña casa de quincha en el pueblito de Carmen Alto dio sus primeros gritos de vida. “Se llamará Carlos”, dijo su padre, mientras observaba a Damacia, la abuela de Carlos y partera del pueblo. Sus padres, doña Antonia Soriano, una humilde campesina y don Lucas Borda, un aspirante a docente, se esmeraron en darle una buena educación; era costumbre ver a doña Antonia muy temprano, buscando trabajo en el campo, a veces en los rastrojos de papa y camote y los fines de semana cargando las tinas con la ropa para lavarla en la acequia, y aunque a veces el dinero no alcanzaba para la comida, menos para las velas ni para el lamparín, Carlos se ingeniaba para estudiar aprovechando la luz de un poste como lo hizo su padre. 
Años después, doña Antonia y don Lucas lograron establecerse en Imperial, en el asentamiento humano Asunción 8, culminó sus estudios en el colegio 20145 y la secundaria, en el colegio José Buenaventura Sepúlveda, formó amigos de barrio con los que practicaba al fútbol, era común verlo descalzo, con las sandalias en mano corriendo tras el balón, a veces salía con su hermano o amigos hasta Hualcará y recordaba al gran “Lolo” Fernández, orgullo de Cañete, así jugaba, soñando a ser grande, porque en Cañete todos sueñan mientras se enriquecen de su historia, mientras gozan del sol de Lunahuaná, de las playas de Cerro Azul, o simplemente de un chapuzón en la acequia más cercana. Así también vivió Carlos. 
Pronto se agudizó el problema del terrorismo en el Perú y el barrio donde vivía se tornó peligroso, más aun cuando su zona se llamó 5 esquinas, donde la vida no vale nada, entonces vivió en medio de ataques, tanto por la policía como del terrorismo, a eso se sumó el vandalismo. Todos los días se escuchaba tiroteos, en ese transcurso, falleció su abuelo paterno. Carlos superó el dolor, culminó la secundaria y de inmediato fue enviado a Lima, ingresó a la Universidad de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, mientras su hermano mayor estudiaba medicina. 
Comenzó sus estudios para ser docente; sin embargo, la alegría fue alterada por el abandono de su padre, dejando a sus hermanos a la deriva. Este hecho parecía darle la estocada final a su vida, entonces Carlos decidió dejar de estudiar, pero la familia, que era bien unida, no aceptó y multiplicaron los esfuerzos. Al negocio que tenían, se sumó la venta en el mercado de Imperial; Carlos y Daniel volvían de Lima a Imperial cada fin de semana y ayudaban en las ventas, doña Antonia procuraba sacar adelante a sus hijos, en silencio, sin contar sus problemas, simplemente hacía todo lo necesario para que ellos culminaran sus estudios. Al poco tiempo, doña Antonia cayó gravemente enferma. Carlos y Daniel viajaron a Imperial para ver a su madre, para seguir con el negocio y solo cuando ella estuvo fuera de peligro volvieron a Lima.
Carlos culminó sus estudios entre los primeros puestos, luego regresó a trabajar a Cañete, a buscar oportunidad en su pueblo; sin embargo, le fue muy difícil, encontró una plaza de pocas horas en un colegio de Pacarán, allí trabajó un año, cada día más orgulloso de sus costumbres, de su gente. Le pusieron como apodo “Cañetano, Pura Sangre”. Posteriormente retornó a Lima para iniciar sus estudios de maestría, mientras tanto ingresó a trabajar a la academia Aduni y César Vallejo; conoció a María, una joven apurimeña, se casó y tuvo dos hijos. Culminó una segunda maestría en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, publicó su libro Voces, dedicado a su primera hija, luego comenzó a estudiar el francés, se le presentó la posibilidad de viajar a ese país, pero por razones económicas no pudo ir.
La tristeza lo invadió, pero siguió adelante, trabajaba y escribía, pronto obtuvo dos premios, en poesía y en cuento, también recibió una mención honrosa en un concurso nacional de cuento organizado por la Municipalidad de La Victoria, entonces se decidió a escribir una novela donde se narre la vida de los pobres, el terrorismo vivido en el país, rescatar las costumbres andinas como lo hizo Arguedas. 
Incorporó el quechua y algunas técnicas narrativas y al culminar la novela se dijo: “Se llamará Río Chiwiriya”, así se presentó al Concurso Nacional Horacio Zeballos 2015, esperó impaciente el resultado hasta que finalmente lo llamaron indicándole que había ganado. Guardó la serenidad, había de esperar la confirmación hasta que un amigo lo llamó: “Felicitaciones hermano, estoy leyendo La República y veo que has ganado el Horacio”, dijo. 
Ahora está ahí, dispuesto a recibir el premio, buscando con los ojos a cada uno de los suyos. Su alegría parece estar alumbrada por algunos reflectores, tal como lo hicieron los postes en los inicios de su vida. Recibe el busto de Horacio Zeballos, un diploma y un cheque por 10 mil soles. Busca a su madre entre los asistentes para decirle gracias, pero ella no está, a esta hora Antonia debe estar en Ecuador junto a su nieto Óscar, quien participará en un torneo internacional de Karate, representa-do al Perú. Carlos sonríe para las fotos, contento de que su madre esté al lado de Óscar, como iniciando una vez más la travesía, él aun no sospecha que pronto recibirá la noticia del triunfo de Óscar en Ecuador, la medalla de oro para el Perú, para Cañete; ahora simplemente sonríe mientras le vienen recuerdos de Cañete, de su gente, del aire suave que recorre por el campo, del olor a tierra, escucha los aplausos y sonríe con la humildad que solo Cañete le ha dado.

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