Escribe, Ysamel Tasayco
Un coleguita que puso fin a su brillante carrera periodística en
manos de criminales.
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Fue
un diciembre del 2012 cuando un desconocido estudiante de Comunicaciones me
llamó a mi celular personal para pedirme una entrevista. Normalmente un
periodista que trabaja para un programa diario vive su día intensamente y con
poco tiempo para el relajo, por lo que la respuesta fue que sea breve y
directo. “Soy cañetano, igual que tú. Somos paisanos” me respondió,
desapareciendo así mi pose de reporterito bien aprendida. Terminaríamos nuestra
conversación cerrando un encuentro para el día siguiente. Fernando me cayó
bien.
Luego
tuve el lujo de conocerlo personalmente. Vino al canal donde chambeaba en ese
momento y me hizo una entrevista para uno de los cursos que recibía en la San
Martín, donde me dijo que estudiaba. Me contó algunas cosas de su vida y no
desaprovechó para decirme que le pase la voz si necesitaban practicantes. Por
una extraña razón por un instante retrocedí mentalmente unos años. En su
momento también fui chibolo pulpín. Cañetano y con ganas de ser periodista y
claro, obvio que repartía mi currículum como volante.
Luego
vino una amistad vía Facebook. Y algunas conversaciones que quedarán guardadas
como el mejor de los recuerdos. Fernando, demostraba en su mirada la humildad
de quien quiere llegar a ser el mejor. Siempre atento a los datos. Mosca para
evaluar situaciones. Preguntón como los que recién empezamos en este negocio de
contar las noticias. Alguna vez le dije: tienes pasta de periodista, huevón… y
no me equivoqué.
Para
mí, siempre será un honor que algún estudiante de periodismo me pida un consejo
y si este alumno es de mi pueblo, mucho mejor. Por eso que te hayas ido, así
sin despedirte, me llena de rabia. Me entristece mucho. Solo Dios debería
decidir cuándo tenemos que partir. Es imposible no recordarte, y que una mezcla
de angustia, impotencia y tristeza me joda en el alma. ¿Por qué unos malditos
delincuentes tuvieron que dispararte, brother?
Una
vez me escribiste esto: “Evitaré decepcionarte porque de veras siento ganas de
ganarme un lugar en la prensa y ejercer este oficio tan gratificante, al igual
que tú”. Pues bien amigo, recién ahora me atrevo a responder directamente.
Debes
saber, Popeye que cumpliste a cabalidad tu rol de amigo, hijo y periodista. La
hiciste linda. Todos estamos muy orgullosos de lo que hiciste. A tus 22 ya
estabas redactando como los grandes, investigando y aprendiendo, porque nunca
se termina de aprender.
Tú
hiciste lo tuyo. Ya cumpliste. No decepcionaste. Ahora te vas y nos dejas con
un nudo en la garganta. Te quitas causa, dejándonos un claro ejemplo de que el
que la sigue, la consigue.
Te
arrancas con tu música a otra parte dejándonos el encargo de recuperar la
seguridad para nuestro Cañete. Ahora nos toca a todos nosotros no defraudarte.
Quiero
que donde quiera que estés, sepas que los que tuvimos la suerte de conocerte no
te vamos a defraudar.
Este
sábado por la mañana pensamos salir a la plaza de nuestro pueblo a exigir un
alto a las muertes. A pedir a gritos que nuestras calles vuelvan a ser seguras.
Estoy seguro que estarás muy contento, porque como dijo un guerrillero alguna
vez: “Donde quiera que la muerte nos sorprenda, será bien recibida mientras
nuestro grito de guerra sea escuchado”. Y, me consta que tú también querías un Cañete
pacificado.
Toca
a nosotros hacer que tu muerte no quede impune y que tus gritos de paz sean
escuchados. Nuestra resignación es saber que estás bien, redactando allá arriba
y aprendiendo de los grandes. Tarde o temprano, nos tomaremos ese ron que nunca
pudimos compartir, al fin y al cabo yo estoy convencido que la vida duele mucho
más que la muerte. Se te quiere.
¡Hasta
vernos, paisa!
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