Indulto y
reconciliación
Escribe Diego Garcìa Sayán
El
presidente Humala tomó una decisión con base en el derecho internacional y
nacional al no acceder a indultar a Fujimori. Como el mismo Presidente lo
señaló, pesó en ello tanto la gravedad de los delitos por los que la Corte
Suprema condenó a Fujimori como, principalmente, porque no se reunían las
condiciones legales para otorgar el indulto humanitario. En ese contexto, la
falta de arrepentimiento del condenado no fue un dato accesorio en la decisión
presidencial. Al estimarse que era muy grande el daño producido a la sociedad
por los delitos de lesa humanidad cometidos, tal como fueron calificados en la
sentencia condenatoria, hubiera sido inconsistente con la justicia pasar ese
“detalle” por alto.
Surge,
sin embargo, la necesidad de reflexionar sobre la reconciliación como tema
pendiente en la sociedad peruana, más allá del trámite –ya cerrado– de esa
solicitud de indulto. Eso es esencial para sanar las heridas que dejaron en la
sociedad peruana 20 años de violencia. ¿Cómo hacerlo?
Primero
lo primero: reconciliación no es esconder los problemas bajo la alfombra o
“voltear la página” como si nada hubiera pasado. Tiene que tener contenido
concreto para las víctimas y debe suponer algo de los perpetradores. Segundo,
ese contenido concreto debe ser entendido como una dinámica proactiva que
busque la mejor forma de acercarse a sanar, al menos en parte, los sufrimientos
de miles –o millones– de peruanos y peruanas a lo largo y ancho del país (más
del 70% de zonas rurales andinas).
Hay
ricos y variados procesos de reconciliación en el mundo en tránsitos de la
guerra a la paz o del autoritarismo a la democracia. Así se fue construyendo la
rica conceptualización de la “justicia transicional” en la cual la
reconciliación es un paso fundamental para reconstruir el tejido social
restableciendo las relaciones de confianza en la sociedad para prevenir la
repetición del drama que afectó la sociedad.
Si bien
la justicia transicional tiene tres ingredientes –la justicia, la verdad y la
reparación– que deben operar simultáneamente y con distintos grados de énfasis,
el espacio de la reparación a las víctimas es el fundamental. En ello un
espacio específico de la reparación es el reconocimiento de responsabilidad,
los recuentos y el arrepentimiento de los perpetradores.
La
plena confesión de los hechos en los que se podría haber tenido responsabilidades,
así, un ingrediente ineludible – pero no único– de la reparación. En lo que el
especialista en justicia transicional califica como “monumentos didácticos”, el
recuento por los perpetradores refuerza las capacidades de la sociedad frente a
las amenazas futuras de que algo así pudiera repetirse.
En una
perspectiva así concebida, la sociedad peruana sigue viendo la ausencia de
arrepentimiento y de reconocimiento de responsabilidad de quienes iniciaron el
baño de sangre con el accionar terrorista a partir de los hechos de Chuschi en
1980. Traducido a lo concreto, en el Perú un camino de reconciliación efectivo
tendría que ver, en primerísimo lugar, con las acciones y responsabilidades del
terrorismo en lo cual los dirigentes senderistas han sido silentes.
Pero no
por ser la responsabilidad del terrorismo tan fundamental y evidente, no se
puede soslayar de los atropellos cometidos desde altas funciones del Estado.
La sociedad
tiene derecho a esperar, también, que asuman sus responsabilidades y expresen
su arrepentimiento al haber hecho uso indebido del poder que la sociedad les
había confiado. Otro sería el curso de las cosas si se avanzara en estas
direcciones.
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