El Congreso reúne a los representantes elegidos por el pueblo para legislar, fiscalizar y decidir en nombre de la ciudadanía. Sin embargo, la legitimidad y representatividad del actual Congreso son deplorables, en buena medida por la pobre y pintoresca actuación de muchos de sus integrantes, que termina descalificando al órgano en su conjunto. Si se consultara al pueblo sobre la conveniencia de cerrar este Congreso, a pesar de que sea inconstitucional, o de reducir el número y sueldo de los congresistas, no dudo que la respuesta favorable sería abrumadora. Ello explica la reacción antisistema de un significativo sector del electorado. No sé si sea justo afirmar que tenemos los congresistas que merecemos, pero estos si reflejan el bajo nivel de cultura política y educación cívica imperantes en nuestro país, a lo que se suma la degradación moral acentuada desde el fujimorismo, que facilita la llegada al Parlamento de personajes sin merecimientos ni capacidad. Espero que el próximo Congreso no sea tan malo o peor que este, pero ello no ocurrirá por arte de magia. La primera responsabilidad recae en los partidos, que deben seleccionar mejor a sus candidatos; la segunda responsabilidad corresponde a los electores, que no deberían dejarse embaucar por aventureros o improvisados, que hacen de la demagogia el medio de conquistar votos para satisfacer sus intereses personales de figuración, privilegios y mejores ingresos. Tal vez la difusión de la hoja de vida del candidato brinde mejor información para la decisión del elector, siempre que sea consultada por este. No hay duda de que el sueldo de los congresistas es demasiado alto, en comparación al promedio del país, a lo que se agregan ingresos encubiertos como los elevados gastos operativos, que disminuyen el sueldo real para pagar menos impuestos. Cuando muchos congresistas dicen que ellos ganaban más en su actividad privada, provoca reír o decirles mentirosos, pues cualquiera sabe que solo algunos empresarios o profesionales exitosos forman parte del reducido grupo que en nuestro país gana más que un congresista, elite a la que no pertenecen la mayoría de quienes conforman este Congreso. En todo caso, que exhiban sus anteriores declaraciones del impuesto a la renta para creerles. Es cierto que lo que más atrae a muchos candidatos al Congreso es el elevado sueldo y los privilegios, pero no parece la mejor solución que sea una función ad honórem, o que sólo se perciba dietas por asistir a sesiones fuera del horario del trabajo particular de cada quien. Dedicarse a la política es una opción de vida y el buen parlamentario debe dedicarse plenamente a esta función, para estar en mayor contacto con la población y realizar un trabajo eficiente. Claro que debe reducirse el sueldo real de los parlamentarios, fijando un monto decoroso que permita una dedicación exclusiva, convirtiendo los gastos operativos en un complemento destinado a su verdadera finalidad, que no pueden ser el mayor monto del sueldo.
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