UNA NOCHE EN CASABLANCA
De todos los placeres que existen en la vida, el de la lectura es el más excelso. Cuando una persona humana lee, no sólo adquiere conocimientos, sino que también alimenta su espíritu, el cual divaga por todos los misterios del Universo…y más allá.
No es raro contemplar a un lector mirando de vez en cuando a lontananza, interrumpiendo la lectura de cuando en cuando para expandir con su imaginación, la información llegada desde los textos. Que placer, que delicia disfrutar de una buena lectura. Perdón, para mi todas las lecturas son provechosas, pues como escribió alguna vez Jacinto Benavente: “No hay lectura mala cuando la mente está limpia.” Incluso la lectura de revistas de historietas es útil. De hecho, yo no aprendí las leyes de la emisión de dinero leyendo a Galbraith, a Samuelson o a Maynard Keynes, yo las aprendí leyendo una sabrosa aunque bastante didáctica revista del “Tío Rico Mc Pato” de Walt Disney.
Otra de las virtudes de la lectura es que, como vehículo de conocimientos educa al ser humano, y ser humano educado es una persona natural que no se dejará engañar, y que además fortalecerá su carácter, de allí que todo gobierno debe preocuparse, no sólo de desterrar el analfabetismo, sino de inculcar en las aulas el amor a la lectura. ¡Educar, educar, y enésimamente educar! Porque en una nación donde se de prioridad a la educación, jamás podrá enseñorearse la corrupción.
Todas esas cosas inculco a mis alumnos desde las aulas universitarias. Si quieren ser buenos abogados deben tener cuatro tipos de lecturas obligatorias cada día: jurídica, humanística, literaria, y la Biblia.
La lectura jurídica les da una férrea formación ius filosófica; la lectura humanística les da una amplia visión de la ciencia humana; la lectura literaria los convierte en buenos escritores y oradores; mientras que la lectura de la Biblia les enseña a preferir la justicia a la ley, y la misericordia a la justicia.
El 4 de agosto de agosto de 2010 celebré el primer aniversario del establecimiento de mi bufete en San Vicente de Cañete. La actividad central fue un almuerzo en el restaurante Brizet de mi amigo Guillermo Emilio García Encalada. No sólo asistieron mis tres secretarias (Yuleysi, Nora, y Edith), sino también amigos y clientes. El almuerzo fue regado generosamente con pisco quebranta, llevado por el siempre carismático Gustavo Falconí. Luego llegó más pisco quebranta adquirido por José Sánchez.
Retiradas las damas, los caballeros nos quedamos hasta aproximadamente las nueve de la noche. A esa hora alguien propuso ir a “Casa Blanca”. No es que yo sea muy asiduo a ir a los prostíbulos, pero a esas alturas de la borrachera la voluntad ya está minada y por ello acepté, aunque sabía que iba a hacer el ridículo pues el muñeco no funciona cuando uno se encuentra ubríaco.
De manera irresponsable viajamos en una mototaxi por la Carretera Panamericana Sur. El chofer me dijo: “Doctor Dulanto, usted es profesor de mi hija, ella siempre habla bien suyo”. Algo avergonzado me disculpé por encontrarme borracho y rumbo a Casablanca. “No se preocupe doctor, todos tenemos derecho a relajarnos”. Esas palabras me tranquilizaron, y sin desparpajo alguno ingresamos al antro del placer sexual.
Mas, como ya les he dicho, mi muñeco se encontraba ubríaco, entonces decidí sentarme en el bar y tomarme un par de cervezas, mientras mi amigo se entretenía curioseando entre las féminas.
Desde mi particular posición tenía visual a los dos pasadizos de Casablanca, lo que me permitió tener un panorama amplio del lugar. Fue así que entre las chicas que laburaban allí me pude percatar de la presencia de una espectacular mujer, con un cuerpazo que causaría envidia a la misma Venus. Ella, larga pero formada, con un claro color capulí, ese color propio de los cholos peruanos, mezcla de español y cobrizo, llevaba puestas su truza y sus medias de encaje. Su humanidad se erguía sobre dos zapatos brillantes por la escarcha, y su busto era cubierto por un sostén, también con encaje, que resaltaba la belleza de sus juveniles senos. Contemplarla era una delicia, provocaba abordarla con locura, pero consciente de mi calamitoso estado alcohólico me inhibía de acercarme a ella.
Hasta que me percaté de algo peculiar en ella. La moza llevaba gafas, y parada en la puerta de su habitación, al tiempo que movía su cuerpo cadenciosamente mientras esperaba que algún cliente se animara, ¡leía un libro! ¡Sí, una prostituta leyendo mientras esperaba a los clientes! La hermosura de su cuerpo, aunado al peculiar estilo que tenía para leer, le daban un aire de “puta intelectual”, y entonces aún con mi muñeco ubríaco, decidí abordarla.
Resuelto me acerqué a ella.”Hey, flaca…” “¡Usted no doctor Dulanto!”, me cortó, mostrándome un lindo rostro que yo conocía, para luego añadir: “Usted es mi profesor, y yo no puedo estar con mi profesor”. Joder, que injusto que esa hermosa mujer me rechazara no porque estaba borracho, sino porque era su profesor. Repuesto del rechazo le pregunté porque trabajaba como prostituta. Me contó que ella laburaba en todos los burdeles del Perú, y como en todo el Perú había unidades académicas de la Uladech, pues ella aprovechaba para estudiar en la universidad sea el lugar en donde estuviese. “Si, pero ¿por qué lees dentro del burdel?”, “¿Cómo?”, me respondió, “¿No nos ha dicho usted que debemos leer en todo momento libre? Usted nos ha inculcado el amor a la lectura, pues yo leo mientras espero a mis clientes.”
Esa chica aprobó el curso de Filosofía del Derecho. Yo le puse veinte. (Josè Dulanto)
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